Cualquiera que haya hablado conmigo más de cinco minutos sabe que soy tan portuguesa como el fado, como Amalia Rodrigues, como Radio Comercial, como Maria (saudades da tua boca)... Adoro el idioma, su gente, sus playas, su comida (salvo por el cilantro), pero eso es otra historia. Si una casa portuguesa no se puede entender sin braços a minha espera (es que me los comía), la mesa no se comprende sin el bacalao, el café sin bolinhos ni la sobremesa sin pastéis de natas. Un dulce que, como su propio nombre no indica, no lleva una gota de nata. Su receta se cree que nace cerca del Monasterio de los Jerónimos (Belem, junto a Lisboa, a veinte minutos en cercanías), la cumbre del estilo manuelino que contiene uno de los claustros más apabullantes que he visto en mi vida. Hoy, hay una pastelería en la que no he entrado jamás porque hay una cola mortal. Yo me los como en la cafetería de enfrente, que digo yo que los comprarán por la mañana temprano antes de que lleguen los turistas. Y son una locura. Encontré la receta en esta web, que recomiendo a todo el mundo. Los videos son bastante claros y, si no entendéis los ingredientes (no creo porque escrito el portugués se parece bastante) ya os lo traduzco yo. Es bastante facilito (claro, que si decís como mi compañero Salva "¿Fácil? ¡¡¡Son dos ollas!!!") pues entonces no lo es.
Precisamos
600 gramos de hojaldre (yo lo compré hecho y me fue mejor con el de marca DIA que con La Cocinera, la verdad)
Medio litro de leche
60 gramos de harina
250 mililitros de agua
Medio kilo de azúcar
7 yemas de huevo (yo añadí una más porque eran pequeños)
Una cáscara de limón
1 palito de canela
Moldes bajitos y redondos del tipo que ella enseña en el video, los míos son rizados, pero vamos, da igual.
Canela o azúcar para espolvorear
¿Y ahora qué?
Apartamos un poco de leche y disolvemos en ella la harina, moviendo con unas varillas para que no nos queden grumos. Mientras, calentamos el resto de leche a fuego suave con la cáscara de limón y el palo de canela. Cuando hierva, añadimos la mezcla de harina y leche y seguimos removiendo con unas varillas hasta que vuelva a hervir. Apartamos.
En otra cazuela ponemos el azúcar con el agua y dejamos hervir durante 3 minutos. Conseguimos lo que me parece que se llama "almíbar a punto de hilo". Mezclamos con la leche, removemos bien y pasamos todo por un colador a otro recipiente donde vamos a dejar que enfríe.
Ahí vamos a añadir las yemas, así que no puede estar caliente para evitar que cuajen. Creo que la manera más sencilla y rápida de separar las yemas de las claras es la siguiente: con las manos bien limpitas, cogemos dos recipiente. Con la mano derecha rompemos los huevos sobre la mano izquierda, que vamos a mover para dejar que la clara se filtre por los dedos y nos quedemos con la yema en la palma. Y ya está.
Cuando juntemos las yemas con nuestra mezcla de harina, almíbar y leche, movemos bien con las varillas y ése va a ser nuestro relleno. Con el hojaldre, hacemos lo siguiente: lo enrollamos bien y lo apretamos con las manos. Ahora cortamos un cachito de como dos dedos y medio y lo colocamos en el centro del molde engrasado con mantequilla. Con los dedos, lo vamos repartiendo por todo el molde, dejando la parte más fina en el suelo y la más gruesa por las paredes. Es preciso que el hojaldre no
esté frío, para que sea maleable.
Los pasteis en el horno, a puntito ya de que los saque. ¿Veis cómo burbujean? |
Rellenamos los moldes, sin llegar hasta el borde, y los metemos en el horno a 250 grados hasta que esté dorados. Tardan unos quince o veinte minutos. Intentad desmoldarlos cuando todavía no estén fríos, porque si no, el caramelo se pega a las paredes del molde y eso es muy difícil de despegar.